domingo, 20 de junio de 2010

Gil, Santo Argentino


SANTO

San La Muerte era un santo chiquito, del tamaño de un gnomito petiso de ésos que hay en el bosque…
Tenía cara de calavera y cuerpito de cadáver gastado.
Los ojos huecos latían un abismo inmenso, más inmenso que el abismo negro de la noche cerrada.
No tenía orejas porque no escuchaba, sólo la luz del presentimiento lo movía.
No conocía el sentimiento.
Sólo cumplía con su obligación.
Para muchos, sin lugar a dudas, era un ser desdeñable.
Para otros, sin embargo, era el santo más hermoso de todos, porque no tenía puesta la careta de la bondad.
Y muchos le tenían tanto pánico que ni siquiera se animaban a pasar por allí.
Y otros lo querían tanto que vuelta a vuelta le traían flores y regalos y le rezaban oraciones, y le traían espigas de trigo y maíz en la época de la cosecha o las flores cuando eran recién nacidos y sólo respiraban el perfume del cielo.
Y la mayoría decía que él no era un santo porque tenía un pacto con el Demonio y se llevaba solamente a aquellos que él quería para vengarse de ellos y hacerlos trabajar para el Mal.
Y la minoría decía que él era un agente de Dios, como tantos otros, sólo que su oficio era triste porque debía llevarse a los angelitos de la Tierra mientras sus madres desconsoladas les cantaban durante toda su vida nanitas de adiós.
Y él se reía de todos y no le hacía caso a ninguno porque en el fondo era un cínico.
Pero también era un santo.
Y tenía el don de acabar con la vida en cualquier parte que se lo propusiera y con cualquier ser vivo, persona, animal o planta.
Y había amado en otras épocas.
Y era sabio porque ahora sólo se amaba a sí mismo.
Y estaba enamorado de la Diosa Muerte.
Y la amaba en silencio, sin comprometerla jamás.
Y eran dos amantes ciegos cada noche.
Y él era una estatuita chiquita, chiquita, del tamaño de un gnomito petisito de ésos que hay en el bosque…
Y estaba hecho con el barro del lago.
Y dormía, cada noche, en la repisa de doña Cata…
Y sólo a veces…
Sólo algunas veces…
Salía…
… A trabajar…
Mariana Miranda


* (Fragmento del libro "Gil, Santo Argentino")

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MUERTITA Y OTROS CUENTOS



TRANSMUTACIONES

(Premio Cuentistas Rosarinos, 1999, Editorial de la Universidad Nacional de Rosario, Rosario, 2000). Reeditado en “Muertita y otros cuentos”, Ed. Del Dock, Bs. As. 2008)

Eran hombrecitos pequeños, diminutos, casi invisibles. En realidad podían llegar a ser cualquier cosa. Habían entrado (nadie sabía cómo, ni siquiera se lo imaginaban) en el interior mismo de los árboles de la ciudad.
Quizás habían sido los gnomitos del bosque que se habían atolondrado un poco (de tanto pensar) y la habían pifiado con la dirección.
Quizás habían sido sus espíritus trashumantes y desvencijados que estaban hartos de rondar por ahí y de habitar siempre los húmedos y oscuros rincones del bosque.
Nadie se explicaba cómo era que habían entrado allí.
A menos que poseyeran el inexplicable don de la transposición de las barreras sólidas de la materia sin necesidad de desintegrarse….
Porque los árboles no estaban heridos.
Ninguna lastimadura en sus cortezas….
Pero sin embargo ellos estaban allí.
Porque todos sabíamos que algo había adentro de los árboles ya que todos habíamos escuchado sus vocecitas atolondradas discutiendo incansablemente en las noches y en los días.
Hablaban un lenguaje extraño.
Quizás fuera el lenguaje que usaban las ánimas trashumantes para no despertar a la noche que duerme quieta.
Y ninguno de nosotros podía entender su idioma.
Sólo los imaginábamos como aquellos enanitos verdes desordenados y revoltosos que interrumpían con su algarabía gritona nuestros sueños de verano.
Casi eran tan pequeños como nuestras grandes verdades científicas.
Al principio, nos habían caído simpáticos.
Descubrimos su presencia por el ruido, obviamente.
Fue una de las tantas veces en que sacamos al Cachilo a mear.
Y mientras el perro olía y lloraba y lloraba y olía, a nosotros se nos ocurrió, muy inteligentemente, que algo raro allí pasaba.
Algo fuera de lo común.
Extraordinario.
Sin embargo, tardamos un tiempo hasta descubrirlos.
En realidad, nunca los descubrimos.
Nos costó acercarnos a ellos.
Al principio los escuchábamos y no sabíamos cómo comunicarnos con ellos porque oíamos sus conversaciones desordenadas y no podíamos hilvanar el hilo de su lenguaje, ni la simbología de sus palabras mecánicas.
Hasta que se nos ocurrió probar con el Código Morse (vieja artimaña del Destino) y hete aquí que respondieron.
Pero nos sorprendió saber que no quisieron respondernos nada de lo que les preguntamos.
Sólo querían una comunicación unidireccional.
No aceptaron nuestro diálogo.
Y como nunca los vimos, ellos quedaron retratados en una fotografía íntima de nuestra imaginación trasnochada.
Y cada cual de nosotros los imaginó con la misma pasta y los mismos colores de sus sutiles héroes oníricos.
Nunca supimos si eran héroes o villanos.
Eran pequeñitos (calculábamos) pero muchos, muchísimos (también calculábamos).
Nunca pudimos contarlos, pero se estimaban demasiados (y chiquitos) por el gran alboroto que hacían.
Empezaron contándonos cuentos (admito que nos sorprendió la idea, pero luego nos acostumbramos).
Cada uno se sentaba al lado del árbol que más le parecía y, poniendo la oreja en la corteza del tronco, empezábamos a escuchar.
Y cada gnomito petiso, petiso, el que nosotros más habíamos inventado, el que más queríamos, nos relataba una historia maravillosa y triste, perplejamente triste, que empezaba y terminaba en un universo atónitamente imaginado, con los colores y las voces que cada uno le ponía, con las metamorfosis de nuestros propios deseos y de nuestras propias pasiones, y adorábamos tomar el sol de la siesta desierta mientras escuchábamos el t0c-toc-toc -tic-tic-tic de un cuento maravillosamente ajeno y maravillosamente nuestro, ya que formaba parte de un acuerdo tan íntimo entre los hechos narrados y los imaginados que parecía como que ambos no habían dejado de formar parte del mismo y único ser.
Y así descubrimos que nuestros días de antes, aburridos y tediosos, habían dejado de serlo, transformándose cada uno de ellos en una nueva aventura, en una aventura de nuestra fantasía incandescente que no se cansaba de vivir y de crecer desplazándose infatigablemente en mi l tiempos distintos y en otros mil lugares diferentes, sin acabar nunca de pasearse por los infinitos puntos de un universo tan íntimo que el goce propio de viajar en él era solo comparable a la alegría de la piel del navegante al sentir en la yema de los dedos la superficie del agua azul y transparente.
Y amaba escuchar sus historias, adormecido en las siestas y en las noches del verano.
Era como soñar despierto, en síntesis, lo que uno siempre había querido.
Y milagrosamente a ninguno se le ocurrió cortar los árboles.
Quizás por el miedo de uno mismo.
De descubrir que dentro de los árboles no había nada, tan solo savia y aire.
O, ¿quizás? Por el temor de descubrir en la realidad lo que en verdad eran.
Ni siquiera podíamos contarlos y saber qué cantidad había.
Sólo sabíamos que eran seres fantásticos (¿Quizás una nueva especie de insectos? ¿Extraterrestres no marcianos?) metamorfoseados bajo el peso de nuestra imaginación aturdida.
Y como a nadie nunca se le ocurrió cortarlos (a los árboles, se sobreentiende), nunca pudimos terminar de saber quiénes eran los seres extraños que habían incurrido en la curiosa propiedad de habitar el interior de los árboles (y no eran Chip y Dale, no, eso seguro que no, ni estaban auspiciadas por ningún Walt Disney ni nadie que se le pareciera) sin saber siquiera si conformaba una nueva especie o eran una especie de fantasmitas inciertos que habían traspasado las cortezas vegetales muy cómodamente para instalarse allí.
Hasta que un día, como de rebote, pasó lo que tenía que pasar.
En uno de tantos árboles, tan poblados de seres arborícoroparlantes, una vez, cesaron los cuentos.
Sí, de pronto, las voces en código se callaron.
Extrañado, el oyente interpeló: “Y ahora, ¿Qué pasa?”
Entonces pasó.
Irremediablemente pasó.
Las vocecitas atolondradas empezaron a interrogarlo desde el más aquí vegetal.
Y desde el más allá cotidiano, al hombre, pobre, no le quedó más remedio que contestar.
No porque estuviera obligado, no.
Eso no.
Sino por lo que más mata:
La curiosidad.
Y las vocecitas preguntaron y preguntaron y cada vez preguntaron más.
Y el hombre, atolondrado, como siempre, sólo atinaba a responder.
Y sorpresivamente cada árbol se transformó en un interrogatorio sin fin.
Y estúpidamente, ca hombre de los que se sentaron a su lado, contestaba, contestaba y contestaba.
Y los gnomitos petisos entonces, como quien no quiere la cosa, se enteraron de todo, de todos los detalles de nuestra vida privada.
Y en una cotidianeidad tan habitual que ya rayaba con el absurdo no pudimos, no podíamos, omitir ninguno de los detalles específicos de nuestro acontecer humano.
Paulatinamente, ellos tuvieron más información sobre nosotros que la que nosotros teníamos de nosotros mismos.
Paradójicamente, los ignorábamos.
No éramos indiferentes a su presencia, obviamente, eso nos tenía en ascuas.
Tan sólo que los extrañábamos: no sabíamos qué ni quiénes eran, si eran humanos o animales, robots o mutantes post-atómicos.
No sabíamos (nunca pudimos saberlo) de dónde habían venido.
Alguien largó el rumor que eran los habitantes del infierno, que por determinados cambios estratégico-políticos en el centro de la Tierra y altercados con Satán mediante, habían decidido subir por las raíces hasta llegar al tronco de los árboles y habitar en su centro, que, dicho sea de paso, era mucho más fresco que las hogueras permanentes en las que habían estado condenados a vivir por siempre.
Sorpresivamente ellos dejaron de ser extraños para transformarse en el lúcido refeljo de nuestras almas perplejas.
Y nos habituamos a que ellos supieran (exactamente) cuáles eran nuestras sensaciones y nuestros sentimientos.
Y un día nos dimos cuenta de que, quizás sin atención, habíamos cambiado nuestra lengua, por los tic-tic-tic y los toc-toc-toc del Código.
Descubrimos que era mejor así.
Era más fácil comunicarse con el exterior.
Así les contábamos los cuentos que ellos nos pedían cada día.
Pasaron relatos.
Y más relatos.
Nunca supimos bien si fue por obra de la realidad o de los deseos imaginarios de nuestra propia fantasía.
Pero la trashumancia de nuestras propias ánimas transparentes se había decidido a vivir allí, en el interior mismo de los árboles de la ciudad, quizás porque ya estábamos hartos de ver siempre el mismo bosque, o porque las llamas del infierno ya nos habían chamuscado demasiado las alas, quizás porque ellos no nos respondieron nada cuando, en el límite de la desesperación, les pedimos auxilio en nuestro propio lenguaje nativo.
Sólo respondieron a los golpecitos del Código.

Tic-tic-tic Toc-toc-toc Ttic-toc toc-tic tic-tic tic-tic toc-toc-toc tic-tic-tic toc-toc-toc

Sólo respondieron para escucharnos narrar.
Porque ellos ya se habían convertido en los seres humanos de carne y hueso que se pasean todos los días por las calles de nuestra ciudad.
Y podrían haber sido cualquier otra cosa distinta.
Pero ahora no eran más que el vivo retrato de cada uno de nosotros, que lloraban, en el interior de cada árbol, la inocente ingenuidad de sui confianza perdida….

Mariana Miranda







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22: CANCIONES PARA A(R)MAR...

Primer libro publicado de Mariana Miranda por la editorial Keynes.




A pomponia, en donde estés...

Rosario, 1995.

22: CANCIONES PARA
A(R)MAR



Algunas lágrimas quedan
dormidas para siempre
en el fondo del corazón

Algunas animas sueñan
con despertar
del eterno dormir
eb el que bañan su éspíritu

Y una flor
camuflada en el espanto
de la guerra
sueña
otra vez

Con volver a vivir
en un campo de sielencio
vacío
de cadáveres
Mariana Miranda
II

Una gota de agua
cristalizada en el vidrio de tu rostro
me recuerda
el pedazo de sueño que perdimos juntos
aqiella noche
para siempre de nosotros
pero quizá posible
para alcanzarlo con otros
Mariana Miranda
X

Sabía tus ojos
los sabia de memeoria
palpaba tus miradas
en cada onda
de tu silueta tibia
Y tu sombra
era un mapa recorrido
una y mil veces
en las noches solas
Y te imaginaba
Yme imaginabas
Como una diosa
del agua
Como un rey
de la montaña
Y éramos solos
Y éramos dos
Perdidos
en la multitud de almas
vagabundas
Mariana Miranda


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Poesías Publicadas



FINAL


Cenizas
de un incendio
desparramó el viento

Lágrimas
de un entierro
lloró el aire seco

Cristales quebrados
soñaron
con un vientre de hielo

La sangre de los humanos
se mezcla con el infierno
de la peste

Y el sol se quema
en un cielo plano
donde todo miente

Es un espejismo
el lago de estaño
en donde el cisne muere

Y los bosques lloran
el rocío de la guerra

Y los pájaros cantan
la canción de la miseria

Y una lágrima se calla
detrás de la carcajada hueca

El fuego purifica
la faz de la tierra

Sólo cenizas quedan
Vuelan
Tan sólo vuelan….

Mariana Miranda


* (Premio Pablo Neruda, 1994, San Telmo, auspiciado por la Embajada de Chile en la Argentina, Ediciones, Centro de Artes y Letras de San Telmo).



POEMA Nº XI

Un angelito de lata
que se llevó la noche inmensa

Un angelito de azul
como la mar nuestra

Un Lucifer muy maldito
que derramando miseria
se llevó mi alma de pobre
almadepobrequesueña

Un angelito soñado
bajo una luna quieta
un angelito de antaño

Casi
como estas palabras nuestras

Mariana Miranda



RUTA

Abismos de hielo
susurran los pétalos
de los ángeles

Lágrimas del infierno
lloran los diablos
en tu equipaje

Y vos
Viajante de viajantes

Empezás
Otra vez
Otra ruta de agua…

Mariana Miranda


ESCRIBIR

Adoro escribir poemas en los bares
plagados de historias secretas
en cada borra de café

Adoro descubrir miradas ciertas
entre gente que se ama
y se dice una palabra

Admiro las historias de las gentes
mezcladas entre tantas otras gentes
caminando por ahí

Creo en las lágrimas
de las pasiones ciertas

En las palabras
que no siempre se dicen
por ese ¿qué se yo?
de los no audaces

Despierto en las vidas
de tantas otras vidas
que menean sus presencias
en las multitudes anónimas

Y mi voz
es el milagro de todo eso
a través de mí…
Mariana Miranda


RÉQUIEM

Réquiem
de trapos sucios y mojados
para tu entierro
de sangre

Lamentos
por haberte cobijado
dentro mío

Réquiem para tus muertos
desmayados
en el bautismo de lodo

de los más largos
fantasmas

Réquiem de hojalata
para sufrir en cartón

las miles de muertes
de tu abortado adiós.
Mariana Miranda
AL MARGEN

Calvario de místicos soles
atravesó la tierra inmensa
Miseria de los más pobres
que la atraviesan
Como un rayo de luz
una esperanza crece y crece
y no cesa
Y es como la promesa de más
detrás de cada nada que acecha
Y los Hijos de la Luz
caminan por esta tierra
Tienen hambre
Tienen hambre
Y la atraviesan
No los ven
No los escuchan
Son los Hijos de la Tierra
Sordos, ciegos y ausentes
Cadáveres malolientes
de posibles personas
Nadie los ve
Nadie los escucha
Son los hijos de la tierra
Tienen hambre
Tienen hambre
Y la atraviesan
Sólo su huella
queda
Son los hijos de la tierra
Casi como una miseria.


* (Premio Poetas y Narradores Contemporáneos 2007, Ediciones de los Cuatro Vientos, San Telmo, Bs. As.)

MANOS

Manos
frías
golpeadas

Manos
casi como tus alas
Patria

Manos de azúcar
que inventan caricias
que no existen

Manos de lluvias
que sangran el agua
que no nos diste

Manos que tejen
recuerdos milagrosos
Manos que no escuchan
las manos del odio

Manos
Manos heladas

Manos
Manos atadas
Patria

Y nos imaginamos tus manos libres
Nos imaginamos tus manos de alas
Nos perdemos todos en un sueño

Triste
es volver
a tus manos atrapadas
Mariana Miranda


* (Premio Nicolás Guillén, San Telmo,1993, Premio Versibus, San Telmo, 1995, Publicada en Revista Guía de Rosario, agosto de 2008).-

MELINCUÉ

Los huesos de los ranqueles acribillados
duermen
en el lodo
de tus barros curativos

Melin emerge
harto del odio
hacia los blancos

Y del agua negra surgen los espíritus
que trafican las memorias
de los muertos

Y la historia
golpea
una y otra vez
tu tiempo

Y la historia
acribilla
una y otra vez
tu cielo

Y cada inundación
es un golpe a mansalva
masticando los recuerdos


Y el cisne miente
tus paisajes de ensueños

El cisne flota
en el límite del tiempo
y se desliza
Mariana Miranda


* (Leído por Eduardo Serenelli en Edición Cyrano, F. M. Del Plata, el mes de setiembre de 2009).-

C.V. de Mariana Miranda


Mariana MIranda: nace en Rosario el 5 de Mayo de 1966. Vive en Melincué desde esa fecha hasta 1980. Luego se muda a Rosario en donde termina la escuela secundaria y egresa de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario en 1991. Actualmente vive y trabaja en Rosario. Ejerce como psicóloga clínica y psicóloga forense.

Es autora de prosa y verso. Tiene publicados: “22: Canciones para a(r)mar y otros versos”, Ed. Keynes, Rosario, 1995, “Muertita y otros cuentos”, Ediciones del Dock, Bs. As., 2008 y “Gil, santo argentino” (leyenda), Ediciones del Dock, Bs. As.
2009.

Ha obtenido los siguientes premios publicación en antologías coautorales:

* Premio Publicación Certamen Nacional de Cuento y Poesía, Ediciones del Dock, Bs. As., por el
cuento “Muertita”,1994.

* Premio Publicación Certamen Internacional de Narrativa de Mujeres, Ediciones Torremozas, Madrid,1995, por el cuento “Transmutaciones”.

*Premio Publicación Certamen Nacional de Poesía Neruda, 90 años, por el poema “Final”, Ed. Arlequín de San Telmo, Bs. As,1994.

* Premio Publicación Certamen Nacional de Poesía Nicolás Guillén, San Telmo,1993, por el poema “Manos” y “Poema Nº XX”.

* Premio Publicación Concurso Literario Cuentistas Rosarinos, Editorial de la Universidad Nacional de Rosario, por el cuento “Transmutaciones”.

* Premio Publicación Certamen Nacional “Poetas y Narradores Contemporáneos 2007”, Ediciones De los Cuatro Vientos, San Telmo, Bs. As.,2007, por los poemas “Ruta”, “Poema Nº XI”, “Réquiem”, “Escribir”, “Al Margen”; y por los cuentos “Santo” y “Los indios de la laguna” .

* Premio Publicación Certamen Internacional de Narradores y Poetas “Puente de Palabras 2010”, por el poema “Hada” (Rosario, Editorial Puente de Palabras, 2010).