sábado, 3 de julio de 2010

UNO

Era como si todos, desde siempre, ya lo hubieran sabido.
El viejo era así, siempre lo había sido, y por más que los años difíciles y largos hubieran pasado y transcurrido aconteceres infinitos sobre la superficie de su piel, ahora apergaminada y resquebrajada por ellos, seguía siendo el mismo, el de siempre, el que se había ganado la fama de tener un espíritu inquebrantable y un carácter durísimo.
“Tan duro como las piedras” decían por ahí que él era, así, indomeñable, inconvencible de nada, encerrado consigo mismo y con su mismidad desvencijada desde siempre, desde antaño, inclusive, sospechábamos, desde su primera infancia.
Vivía en la más absoluta de las miserias, ése parecía ser su hábitat natural.
Nunca, (por lo menos eso creíamos, o, al menos, casi estábamos seguros) había podido conocer otra cosa.
Había sabido tener hijos, varios, incluso varias mujeres distintas.
Aparentemente lo habían querido mucho.
Algunas mujeres volvieron a buscarlo, después de que él ya hubiera decidido quedarse a vivir ahí, parte por culpa, parte por vergüenza, parte por lástima, como es, sabemos, que se maneja el corazón de las mujeres, uno no sabe, exactamente nunca podrá saberlo, nunca será posible de determinar con exactitud, si algo de lo que ellas hacen, en verdad, es por amor, por el genuino y real y natural amor que un ser le prodiga al otro, suelen poner más amor y esmero en la imagen de sí mismas, que en el amor que le pueden prodigar a los demás y es sabido que muchas de sus actitudes o conductas están más predestinadas a salvar la imagen de sí mismas (las más de las veces la imagen moral, ésa que las identifica como antes que nada madres, antes que nada, grandes compañeras, y además, santas en la tierra) antes que a intentar un acto solidario con un semejante en desgracia.
De todas formas, por lo menos dos, volvieron, en tiempos distintos, como es lógico, no sea cosa que se crucen entre ellas y produzcan altercados irreverentes, sobre todo para tratar de no escandalizar al vecindario, para intentar convencerlo de que era mucho mejor irse de ahí, con ellas o con otra gente, pero irse, irse a otra parte, tratar de mudarse lejos.
Una vez vino uno de los hijos, un muchacho ya grande, no nos acordábamos tampoco bien cuántos hijos era que había tenido, pero sabíamos que eran unos cuantos y que eran todos de él, nunca crió ningún arrimado ni aceptó mujer ya llena, ni menos con premio porque él no era de ésos, no señor, él era uno de esos tipos que “al pan, pan, y al vino, vino” porque todo lo que él había hecho en esta vida era “andar de frente y con la cabeza erguida, como Dios me trajo al mundo y como Dios manda porque no hay que hacer nada que lo avergüence después a uno para que uno tenga que andar con la cabeza gacha escondiéndose de los demás”.
El hecho es que nunca nadie supo determinar tampoco con exactitud cuáles fueron los altercados conyugales que el viejo había tenido, porque, puertas adentro, cada cual en su casa y cada familia es un mundo, y como él era tan reservado, y, a la vez, las mujeres que con él estuvieron eran muy señoras, eso sí, hay que reconocer, muy seriecitas, y que no se metían en chismes con comadres ni compadres ni andaban loqueando por ahí, habían sabido ser muy bonitas también, sobre todo una, la María, bonita y joven como la luz del sol era ésa, y siempre con una sonrisa en los labios, ¿eh?, no se crea que el viejo era ningún estúpido, sabía elegirlas y las sabía elegir muy bien, es más, creo que hasta eso les causaba un resabio de envidia a los que lo conocían porque nadie (aparentemente) le veía a él ninguna cualidad sorprendente como para que esas mujeres hayan decidido enamorarse y formar familia con él; sí, hombre, porque las mujeres, primero lo deciden y luego se enamoran, así nomás, nunca hacen nada si no lo decidieron primero, sí señor, así son éstas, y buéh, qué se le va a hacer, cada uno es como es, los hombres tenemos otras variables singulares.



Todos sabíamos que había dejado de hablarnos hace mucho, sabrá él por qué, nosotros no lo sabíamos, ni siquiera lo pudimos intuir alguna vez…
Podíamos escuchar a veces sus pasos en los techos, cual si fuera un simio enclenque y débil, en las noches largas, ajenas, ésas en las que la luna parecía iluminar un poco más. De todos modos, de él, solo podíamos ver alguna sombra lejana y hábil en escabullirse, otra vez, entre los árboles y vegetales del monte.
Si era difícil verlo de noche, era prácticamente imposible verlo de día, imagínense, con la luz del sol a rajatabla él se escondía, sobre todo, sabíamos, se escondía de nosotros, de los que lo habíamos conocido dendeantes, de cuando él recién había llegado al pueblo y era pibe, sabíamos que se escondía por vergüenza, o, quizá, por su propia decisión de aislarse, vaya a saber qué o quién lo llevaba a no tener contacto con el mundo, eso sí, era con el mundo de los seres humanos, porque nosotros sabíamos que pasaba mucho tiempo en el monte, que subía y bajaba de los árboles como un aliento del verano y que se entuestaba en los esteros, plagados de yacarés, pescando, nadando, o vaya a saber haciendo cuál de todas las cosas que ahora hacía y que antes no podía hacer, no es que se lo hubieran prohibido, no, dendeantes todos sabíamos que el viejo siempre había hecho lo que había querido, porque nunca habíamos conocido a nadie tan terco y tozudo como él, no es que no fuera inteligente, eso no, pero es como que antes tenía otro andamiaje, otra estructura, a lo mejor por eso se fue alejando de los demás, a lo mejor por eso hizo que los demás se alejaran, porque ahora se lo veía más a gusto, más en su tino, más perteneciente a su propio cuero, vagando entre cañaverales, sauces y arroyos, perdiéndose en la selva virgen como gato de monte.
O quizás, por qué no decirlo o por qué también no imaginarlo, éste mismo había sido su plan, su único plan, el plan que conformaba su estrategia de vida, el que había venido tramando desde hacía tanto tiempo atrás, desde hacía tantos años atrás, incluso, desde sus primeros años de pibe guacho y pobre, horrorosamente pobre, que sabía andar descalzo todo el tiempo porque desconocía tanto los techos como los zapatos, lo que protege, lo que cuida del frío, lo que cuida de la intemperie.
Y él, como si nada, como si hubiera sido su estado natural, había elegido la intemperie.
Ya no tenía a nadie a quien cuidar, ya no tenía a nadie a quien guarecer, ya no tenía a nadie de quién hacerse cargo. Es triste decirlo, también, pero nadie había querido hacerse cargo de él. Vinieron a buscarlo, es cierto, pero en avances tímidos y dubitantes, nada en firme, nada del otro mundo, es cierto, cada cual cosecha lo que siembra, como dice el dicho, y si él, a esta edad, en el ocaso de la vida había sabido quedarse solo, y ¡buéh!, doña, por algo será, fíjese que hay muchos que a su edad están retecuidados y reterrodeados de nietos y nueras, ¡buéh!, cada uno que se haga cargo de lo que es de uno que ¡buéh!, yo también, mirá che, yo también bastante tengo con lo mío como para andar revolviendo tantas mierdas en las vidas de los demás….





…Sé que la mayoría no lo entiende…Que nadie o casi nadie lo entiende, pretende entenderlo o ni siquiera lo intenta… A mí no me molesta que lo entiendan, es más, me importa un carajo si lo entienden o no lo entienden, es mi tema, no el de ellos….Pero sí me molesta que me juzguen. Me molesta las palabras a mis espaldas, los dichos sobre mi carácter, los rumores sobre mi tozudez y demás, sería interesante que de vez en cuando cada uno se encargara de su propia vida en lugar de imaginarse la vida de los demás.
Yo ya crié a mis hijos, ya tuve mis mujeres, ya hice mis trabajos, ya yugué lo que tenía que yugar… Todo el tiempo, yugándola, desde pibe… En las cosechas, cagado de frío hasta los caracuces estaba… siempre estaba… con papá borracho pegando y la vieja suplicando y llorando… así siempre… me cansé de ararla…. Tuve a mis hijos lo mejor que pude… Mis mujeres no se pueden quejar de nada… Fueron reinas conmigo, ellas lo saben… Por eso nunca vinieron después a pedirme nada… Por eso vinieron para llevarme con ellas ahora…. Por eso vino mi hijo a buscarme… Porque todavía me quieren y me respetan y saben lo que es bueno y saben lo que un hombre es capaz de dar… Saben lo que un hombre justo es capaz de obtener y es capaz de pedir y es capaz de aceptar… Yo ya les di a ellos todo lo que pude darles y aún más… No sé si ellos me dieron tanto… Me dieron mucho, es cierto… me hicieron muy feliz… Hubo momentos de crisis, como en todo, y en todos… Yo no… Yo nunca estuve en crisis… No sé por qué se lo tomaron así… A lo mejor porque me ven que estoy muy viejo, muy flaco, andrajoso, débil, lastimado, calcinado del sol, escarado de cicatrices viejas y durezas que ya ni me acuerdo de qué eran ni cómo ni cuándo me las hice… Hace tanto tiempo planifiqué esto… Por eso me fui quedando solo… Era mi decisión… Tienen que respetármela… Ellos fueron mi familia… Tienen que entenderla… Los otros, hablan, como siempre, imaginan cosas en donde no hay nada… Inventan… Pero, bué, ¿vio? así es la gente, qué se le va a hacer… Esta era mi decisión personal, la más cuidada, yo diría, la única… las otras fueron estrategias de supervivencia, nada más, para alimentarse y protegerse del frío, para sobrevivir a la pobreza… Para proteger a los míos y darles lo que más podía… Para que no pasaran ni hambre ni frío ni se enfermaran… Ni pasaran las miserias más graves por las que yo había pasado en mi niñez… Pero esta no es mi niñez… Esta es mi vejez… Por eso no lo entienden… Por eso no lo entiende nadie… Es lo que queda de mi vida y mi vida es mía, de nadie más… Yo elijo cómo vivirla… Yo elijo qué hacer con ella… Yo ya elegí hace mucho tiempo… Hace mucho que vengo planeando esto…. les guste o no… Yo sé que es difícil de aceptar… pero bueno, estaba dentro de mi naturaleza… Digamos que no debiera de haberles extrañado tanto… No sé por qué reaccionaron así… y todavía reaccionan con extrañeza, como si yo fuera otro ser, de otro origen, de otra especie, de otra naturaleza, de otro andamiaje interno… Pero no… Soy igual que ellos… Quizá, a veces pienso, hasta mejor, diría, ¿sabés por qué?, porque tengo los huevos de hacer lo que quiero, lo que siempre quise, nada más que por eso… De todos modos es cierto… Es difícil de asumirlo, de digerirlo, de deglutirlo…. Pero bueno… Es así… Yo estoy ahí… Me fui a vivir al medio del monte hace mucho tiempo… Cuando el pibe más chico que me quedaba se fue, porque diz que le salió un buen laburo en la mina y buéh, aí se fue, quería familia ése, ya andaba medio que noviando.. Y entonces, bueno, la María ya se había ido hacía rato… ¿qué me iba a quedar a hacer en el rancho?... Para laburar ya no puedo, nadie me toma, estoy muy viejo, y en el pueblo las cosas se compran y se venden, no es como es acá… Acá no hay plata, no existe el valor de cambio… Nado cuando tengo ganas… Como cuando tengo hambre…. Duermo cuando quiero… Entiendo a las plantas…. No hablamos ¿vio? pero de todas formas nos entendemos, siempre, en realidad nos entendimos… Lo mismo con las yararás o los yaguaretés, los simios también, nos entendemos, compartimos el hábitat, no nos molestamos…. Te digo que es mejor que con los humanos, tenemos los códigos bien claros, cada cual cuida su territorio y cazamos para comer, punto. El resto, nos respetamos. Coexistimos. Aprendí a entender los ruidos del monte y a escuchar mucho sus silencios… Casi como los indios… Como era antes, al principio de todo…. Se vive bien, te digo… Quisiera morir aquí…. No importa cómo ni cuándo… Importa que aquí… Ya ni bajo al pueblo… A veces, algunas noches, antes, bajaba para robar alguna gallina…. algún gato… algo… Ahora me las rebusco solo…. Como frutas…. insectos…. iguanas…. en fin, lo que haiga, es como era antes… pero ahora en lugar de trabajar para poder comprar lo que se pueda, cazo para poder comer lo que se pueda…. es preferible así… peces hay muchos… en los esteros sobre todo… es peligroso por los yacarés pero ya nos conocemos… Nos hemos ido habituando… Es cierto que en esta vida uno se habitúa a todo… Lo bueno y lo malo… Lo que venga… Son mecanismos de adaptación… Estrategias de supervivencia… No sé…. En fin… Yo soy muy feliz acá en mi cueva… Soy yo y estoy solo…. Los demás ya no me importan…. Yo les di lo mejor que pude y lo más que pude y eso es lo importante…. Amo las noches como ésta, plagadas de luna en las que el monte se ve más plateado que nunca, más vivo que nunca, más musical que jamás…. Me cuesta moverme un poco…. me cuesta arrastrarme ahora, hasta el borde, prefiero quedarme aquí, es cierto, más en el centro de mi cueva… Es mejor porque estoy más protegido… Las piernas se me han venido paralizando desde hace un rato, cuando la yarará me mordió el tobillo, rápida y eficaz, como ellas son, como ellas siempre lo fueron…. Certera…. como todas las víboras… Debe de ser cierto que yo ya estoy muy viejo para vivir acá y para vivir así… Si hubiera sido antes, unos años antes estoy seguro de que la habría esquivado… Pero el veneno me está subiendo, rápido y mortal, ya no las siento a las piernas, siento que va subiendo, directo al corazón, y, es un poco difícil morir así, ¿no?, tan solo, tan seguro de que me estoy muriendo, tan sin poder hacer nada, ¿vio?, pero es una dicha morirse así, en una noche tan linda como ésta, con tanto monte, con tanta plata de luna derrochada entre las plantas, con tanta música de selva por todos lados, con tanto gato acechando y tanto lagarto durmiendo como la piedra…. Es lindo morirse así, uno solo, uno, en esta cueva que desde hace mucho es mi cueva, en el medio de este monte que desde hace mucho es mi monte, en esta selva grande que Dios nos dio, en esta selva tan grande, tan verde, tan húmeda, tan guaraní, tan fluvial, tan poblada, tan nuestra….


MARIANA MIRANDA

Contactos:
Te:(0341) 4307945
Cel:(0341) 155-976669
e-mail: marianamiranda66@gmail.com


No hay comentarios:

Publicar un comentario